Acerca de los silencios conjuntos (13/1)
Día de luz y de sombra,
quiero encontrar el concepto hermoso
para dar voz a tu vida,
para dar timbre al silencio de oro.
Quiero encontrar la linterna
que alumbre tu rostro en lo secreto
de la noche, para dar
más misterio a tus bordes serenos.
Quiero encontrar la cortina
que quite de tu torso el bullicio,
que separe las tareas
de tu estrés, de tu ethos conflictivo.
Quiero cortar las sirenas
que interrumpen la suerte conjunta,
quiero un símbolo porteño
que nos lleve a la montaña bruta.
Día de sombra y de luz,
nos vimos tan cerca y quisimos,
cuánto dimos y pasó,
cuántas heridas curó aquel filo.
Elogio de la claridad (17/1)
La pileta de pequeño
en donde el profesor nos empujaba
hacia lo desconocido,
que se asemejaba entonces al agua,
se ha transformado en siluetas,
en cosas desconocidas del viento
que lleva consigo nudos
desatados hacia lo que queremos.
Ya no veo luchas vanas:
solo luchas que me den lo que busco.
Ya no encuentro claridad
en las inteligencias de lo oscuro.
Ya no busco la inspirada
facilidad de las hermosas dunas,
ni persigo colisiones
entre tranquilidades y penumbras.
El arte dividido el arte (8/2)
En la imagen desbocada
de las apariencias frías
se esconde el poema mudo,
el cuento impar, todavía.
En la última casa del
último barrio escondido
hay otra versión del viento,
otro pensamiento escrito.
Al campo han ido y han vuelto
las notas primaverales,
las emociones que inundan
los sonidos de las calles.
Ya no hay quien aturda al canto,
ya no hay ruidos ni derrotas;
ya el arte es desgarro solo:
es lo que une nuestras horas.
Belleza y sociedad (9/2)
¿Hay condecoraciones por sentir?
Un elemento nuevo se asemeja,
en las conexiones diarias,
a la caballerosidad aquella
que Don Quijote legó a los porteños.
La vanidad inútil de la tinta,
el apegarse a un texto por su autor,
deja una ristra de melancolía,
aunque vivaz, que domina el silencio.
Ya las autopistas están calladas:
la noche calma vuelve a dominar
la imagen de la ciudad que reclama.
Las imágenes que nos delimitan
son las que permitimos que nos venzan.
Son estos caracteres que nos filtran,
nuestras hermosas expresiones tercas.
¿En el poeta o será en el poema
que encontramos más belleza?
Dos menos uno (10/3)
Como del rayo, intelectual vivo, despojado,
descripto en su ámbito, solo de ventanas,
corregido en escuelas, explicado, reconocido,
solitario, vivo más que vivo, desechado,
recalcitrante conservador, acérrimo progresista,
corredor de lo pérfido, buscador del lirismo,
amante de los amantes, odioso inconcluso,
melómano de sí mismo, hermético, lúcido,
confuso, labrador del cansancio, íntimo amigo
de las canciones del costoso crepúsculo,
custodio de las brisas de marzo, del invierno de junio,
gélido espectador, activo participante del final,
del letargo del comienzo, de los típicos lustros,
asaltante de las conversaciones, de las búsquedas,
de los profesores sin dibujo, de los tupidos números,
artesano de lo efable, de lo inefable, de lo último.
Veintinueve de febrero (11/3)
Contento de que nos vemos
todos los veintinueve de febrero.
Las conocidas palomas regresan:
anidan tan solemnes
sobre una espalda encorvada. La mesa
de la plaza está llena:
juegan al ajedrez. Los chicos corren
la televisión de las esperanzas,
la frustración de sus antepasados,
el fracaso social
de una sociedad opulenta y pobre.
Laten los vidrios rosas
ante la aproximación del ocaso.
Los edificios centenarios buscan
mis pupilas y yo
estoy condecorándome a mí mismo
en el ruido callado de una ciudad vencida.
Sin embargo, algo todavía late
en el coloquio de las avenidas.
Hay senda en la costumbre,
en el secreto a voces
de la practicidad recuperada.
Excepto ahora, ya no te recuerdo.
No te recuerdo, aunque seas de alguien todavía.
Contento de que nos vemos
todos los veintinueve de febrero.
Reconstrucciones (18/3)
Con la letanía de un águila, el sino
te arrancó de mis brazos, dulce, serena,
y este me llevó a mí también, a la cima
de la cúspide de la mirada yerta.
Desde ahí te vi nuevamente, entusiasta,
plácida y cristalina como una aurora,
pero sin dejarme a mí esos recuerdos,
ni una fina crítica de tu estar sola.
Ya eran siluetas lo que fuimos, bandadas
de pájaros grises en cuartos vacíos,
recorridas por avenidas fugaces,
y armé una nueva espada para forjarme,
una nueva flecha marcando camino,
la destrucción de la fiesta enamorada.
Vencer (22/3)
Escapar las penumbras anheladas,
retomar los pasajes demolidos,
alcanzar las efigies olvidadas,
remover los escombros consumidos,
conocer las frecuencias moduladas,
subsistir los ataques doloridos,
ensalzar las victorias disfrutadas,
recorrer los comicios perimidos,
cometer las derrotas demostradas,
colorear los papeles desgastados,
remitir las heridas devoradas,
perdurar los letargos asumidos,
conmover los pájaros distanciados,
terminar los recuerdos enemigos.
El corazón del horizonte (29/3)
El criterio exacto del poema
para enmarcar tu vida
lo descubro en cada solicitud
que me hace el corazón del horizonte,
con la sangre derramando el ocaso:
quiere que me derribe nuevamente
sobre el proferir de la indiferencia
que hacía de vos en la noche ambigua.
En ese ocaso sigo viendo el norte
del cual escapo y al cual sigo yendo,
los sonidos de morigeraciones
que pululan incautos.
Yo no me derribo, y el corazón
mira con impaciencia mi conducta
de reticencia amorosa y digna,
mientras cabalga sobre la borrasca
de la víspera que anuncia el silencio
que romperá el criterio
dado por esa misma situación,
ese mismo corazón desplegado
con rostro, cara y voz,
que me llama para contemplarme,
que cobija este poema
y lo lleva al viento sobre las casas
de la pobre ciudad feroz y vasta.
Ha sucedido la imaginación
que el corazón antes imaginaba:
ha dado para el sí sus emociones,
ha dado para el no su escudo fuerte.
Me sostengo en lo que puedo y doy más:
lo que puedo alcanza y es una historia:
hay tinta conjugada.
Ya no subsisten prefiguraciones
en el íntimo abrigo de la brisa
que el día nos legó:
está escrito, está la demostración,
está el verso no antes configurado,
está la cara del corazón en el papel
y su voz se dilata por el cuerpo lector:
vuelve nuevamente, está otra vez en sintonía,
y se prepara para intuir semblanzas
en el costado que es su cuerpo inmenso,
en el poema que mañana me volverá
a brindar con su ocaso,
con su reflejo directo y abstracto,
con su abierto criterio de horizonte.
La mariposa de la voluntad (30/3)
Llega en mariposa tu voluntad
y, coloreando el aire, se asemeja
a las cosas que miro y no capturo,
no aprehendo para fuente de mis días.
Pudiendo entronar la sinceridad
de lo coyuntural de mi deseo,
la mariposa vuela nuevamente
y me distrae más,
me convierte en siluetas:
edifica a mi alrededor
un fuerte imaginario de hadas y armas
con canciones de protesta y sirenas;
y yo me quedo ahí,
admirando la fantasía dada
por tu voluntad inconsciente de mariposa
que hace años se apodera
de las costumbres y de las rutinas.
¿Descubriré mañana,
ya sin voluntades ni mariposas,
que hace rato te fuiste y que ya soy
mi propia voluntad
y mi propia mariposa que encierra?
De proyectos (6/4)
Donde la fortuna deje
a la expectativa de mis cosas,
en un ya desmesurado;
donde la calma construya
regiones para lo consistente,
habitaciones de mimbre
para dejar escapar
a la lluvia que entró y ahora sale
en trayectos de simpleza;
donde se encamine el sino
y verdezca el café con amigos
sin estar a la distancia;
donde haya un país entero
con poetas del olvido;
donde podamos crecer
sin comercio de excepciones.
Ya te conozco: sos hoy
lo que juntos construiremos,
nuestro proyecto feliz.
La llanura (7/4)
Sin negación, pero sin sumisión,
te llevo conmigo a las sierras verdes
desde donde se ven los picos fríos
de la cordillera que nos resguarda.
Tu voz es cálida, como de un pájaro
que cubre la llanura y nos da casa,
y me dice cuidados y futuros,
me da la semblanza de tu ilusión.
Te tomo, entonces, en la brisa nuestra;
nos llevamos en espesor serrano
sin añoranzas de tierras perdidas
ni colecciones de quehaceres nimios;
transmiten visión nuevas jitanjáforas,
se inventan solos los versos contentos;
traslucen ya cosas mías las tuyas
y cosas mías las tuyas traslucen;
y habito simple y quedo, como ya,
tu acuático pastizal inundable,
y son mis montes hoy tu habitación,
donde tus planes impactan su cauce,
tu coloquio tranquilo de armonía.
Bizancio (7/4)
Ahora estoy sumergido: ya no quedan
nuestro calendario, nuestras costumbres,
el poderoso oro que me cubría.
Hay otro imperio ahora,
otras ruinas en siglos dormirán
sobre las que hice propias,
mientras en exilio todavía ande
por este occidente desconocido,
por la faz inalterada de Roma
(que entendí que no somos),
mientras la barbarie te modifica
o te cambia lo que no puedo ver.
¿Por qué aurora estarán tus escondites?
¿Dónde habrá quedado mi bizantina
pasión de desbordarme,
corazón de entenderte por mis ojos?
¿Cómo estarán tus brisas
coloridas por las fragancias griegas?
No puedo buscarte en este alfabeto,
en el clásico latín de los mármoles,
en el vulgar que hablan en las esquinas.
Algún día supe que los feroces
que te anhelaban te conquistarían;
algún día supe que mi entusiasmo
no oponía muralla suficiente.
Cuando miré atrás ese día, supe
que estábamos en jaque,
que me esperaban los campos normandos,
las repúblicas nuevas
que me hallan sin nobleza,
vestido de mí mismo sin ropa que me dabas.
Aun así, todavía crezco sobre mí mismo.
Por ahora estás lejos.
Presiento que otras tierras se avecinan.
Cenit (27/4)
Me posé sobre las espadas de sus encantos,
sobre el filo llamativo de sus pareceres,
y me atravesaron; pero no era espuma fácil:
era una maceta con semillas que verdecen…;
era y sigo siendo, y cuando no estén
ya en el recuerdo de las agonías,
veré, sin que me pese, una pantalla
con cada una de sus imágenes enmarcadas,
en donde para cada imagen borre un poema
hasta olvidar,
hasta que fluyan las elucubraciones mustias,
hasta que por imagen den cenit
(ya que más imágenes no cancelan),
fogata de las animadversiones.
La ausencia (28/4)
Estando solo cubro tus ausencias
(tu ausencia matutina y la nocturna):
cubro mi rostro para otra vez verte
en la penumbra que mis palmas dan,
en la oscuridad que vuelve a formarte,
en la felicidad que eras conmigo,
en la algarabía de días que hice,
en las cosas cotidianas que dimos;
y en el silencio otra vez te construyo,
aunque vivas en algún lado, y no,
aunque estés disfrutando de tu vida
sin mí, y sin mí ahora, y sin mi ahora,
y en esa construcción regreso a armarnos
hasta inmiscuirme demasiado en vos,
hasta armarte de deseos fugaces,
de proliferaciones de futuros,
de convites a proyectos inciertos;
hasta que miro y te veo de nuevo
cuando quitan las palmas de mis ojos;
y vuelvo a considerarte conmigo,
y te veo como hoy podría verte:
sin la lejanía de mi recuerdo,
sin el jolgorio de canción y música,
sin el poderoso empuje del quiero;
y entonces los ruidos regresan, vuelvo
a mí mismo, a mis proyectos feroces,
a la trova de cada día, a mí,
a la sociedad que queremos ver,
a las posibilidades del hoy;
y te quiero, porque tu ausencia soy,
entonces me quiero, y pronto serás
ausencia de la ausencia, parecer
de la soledad encomiada en palmas.
La sombra (2/5)
Entre las claridades de la zona
en que habitamos, hay hoy una sombra
que se asemeja a mí si no me hubiera
ido hace demasiados años. Lleva
una mochila como la que usaba,
mis pantalones de vestir. Tu casa
lo cobija en algún rincón oscuro
y anda por las calles en que te tuvo
mi mano. Nadie lo recuerda, pero
a veces en avenidas lo encuentro
y confronto con la sombra, debato
los cursos, las artimañas, los cálidos
instantes que quedaron en retratos,
y me dice que vuelva, que te busque,
que vaya por donde una vez anduve…
Cota de malla (5/5)
Como juntar pétalos de una flor que no existe
fue componerte entre el poderío de mis brazos,
entre la parte hacedora de mis pareceres;
y darte clara mañana desde las noches duras
fue hoy visto como encontrarme a mí mismo y perderme,
asemejarme más a la figura de sombra
que todavía merodea las calles quietas
que alguna vez nos pintaron.
Aun así, lo que hubo no fue rara lejanía,
ni café gastado en un atardecer porteño,
ni cansancio del trabajo que no brinda casa:
hubo artilugios coloridos, felicidades;
y mi recuerdo se parece a las emociones
de los coloquios complementarios de amistades,
de los sonetos románticos de las cocinas,
de la literatura que solamente expresa
por necesidad de dar.
Sin más complejidades, corro láminas que hice
con la soledad que dejaron las deserciones,
le doy proximidad terrestre a los lirios que ando,
acometo en mi pecho la palestra tenaz
quitando las protecciones que cargo conmigo:
y entonces, otra vez, te apoderás de mis actos,
te convertís en mí mismo,
en mis canciones, y deambulás todas las calles
en que estoy, en que estuvimos con vos;
y entonces vuelvo a sentir, y todos mis afectos
se cancelan como si no los hubiera dado
después de abandonarnos hasta el olvido nuestro,
y quiero tocarte, pero la distancia impide
hasta la más mínima expresión de mi deseo,
y cuando me acerco ya no estás: estás de vuelta
en el sitio en el que estabas cuando no era nadie,
cuando tu boca no completaba mis poemas.
Mariposas en alud (1/6)
Qué maneras más curiosas
de recordar tiene uno,
qué maneras más curiosas:
hoy recuerdo mariposas
que ayer sólo fueron humo.
SILVIO RODRÍGUEZ
El exotismo de su arte devuelve
a mi vocablo primordial palabra
y asombra su luminosidad dura
a una causa que estaba ya olvidada.
Viene, viene, viene…, y se va de nuevo
entonces, y me nutro otra vez solo
con ella, con su imagen de ella misma,
con el pensamiento de ella que corro;
y los nutrientes caen hasta mí
mismo, hasta el entretelón del olmo,
hasta el crecimiento de sus recuerdos;
y así convierto en cuerpo su reflejo,
veo ya las mariposas de otoño,
la llegada de otro sitio viril.
Después de los poetas (8/6)
Dentro del olvido busco olvidarte
aunque, en parte, ya estés en ese olvido;
aunque diga que es útil del silencio
limitarnos y cortar el cultivo.
Después de los poetas, en la ciénaga
de las costumbres perdidas, camino
y los vidrios reflejan un reloj
que, en misterio, se parece a mí mismo.
Conquisto las canciones, nuevas eras,
partes desprendidas de las plantas
colgantes que endulzan mi recorrido;
y la ambigüedad social me asemeja
a eso a lo que el silencio me llevaba,
de lo que me alejo, risueño y frío.
El reencuentro (6/7)
Estabas en la despedida de los sollozos.
Aunque por tu figura novedosa eras nueva,
eras conocida ya en recuerdos infantiles,
en reconocimientos primeros de colegio.
Quise verte nuevamente, y en tu cercanía
de adultez íntima supusiste una sonrisa,
una mirada diferente, como de trova.
Quisiste enmendar ciertas distancias incorrectas
con la turbulencia de campo y anonimato
que el suelo de esa plaza desconocida daba;
entonces te vi nuevamente, como antes no,
y aunque eras simplemente una imagen de mí mismo
disfruté con tus historias, con tus pareceres,
con las soledades que brinda la noche fija.
Se sumergió entonces tu corto cabello negro
sobre mi mirada, y pudiste de nuevo darme
la ilusión extrema de lo perdido,
la comodidad inexplicable del amor,
las fiestas inconclusas de aulas y colores…
No solo entonces me regalaste los ropajes
que pongo sobre lo fresco de abiertas heridas;
no solo me diste canción incierta:
me quedan de vos, aunque solo imágenes,
tal vez también cenizas de algo que nunca hicimos:
la posibilidad de un deseo que no tuve.
Volveré a ver tu foto en algunos años, cuando
ya hayas olvidado que me olvidaste…;
así podremos nuevamente considerar
el disfrute de las jornadas recuperadas,
el romanticismo derrocado por el fuerte
golpe incesante de la sociedad contra el rico
porvenir que desarrollo en fantasías gratas
donde cada reencuentro es como un día,
en donde cada conocido es un familiar,
en donde cada verso da sonrisas y lágrimas
y hasta los más crueles cesan ante la belleza.
Al amanecer cesaste. Tu aprecio
quedó conmigo en la imaginación,
tu boca también; y tus emociones
las guardo como un tesoro porque son las mías.