1
Darle forma a tu voz
y quejarme
y partir
y volver a quedarme
con el trino de tu yo,
con el siempre de tu hasta luego,
con el intento desesperado de tu voz.
Darle forma a la silueta de tu vida
y en cada sombra desparramada
acercarme a tus percepciones
como un delirio de agua sin salida,
como frenesí de tierra desangrada,
como miedo de gloria sin canciones.
Darle rienda suelta a lo que no hemos llamado.
Ser, como el músico, llanto crudo.
Todo poeta espera, al fin y al cabo,
escribir la palabra que salve al mundo.
2
Mil veces te mancharon y mil veces
más todavía te van a manchar
porque los que te viven no imaginan
el dolor que tuviste al darles pan,
al darles la seguridad del tiempo
que se refugia en todo tu pasado
y pese a la costumbre de matarte
pisan un camino que sigue claro,
firme, constante, jamás reticente,
que esquiva los desafíos del hoy
y ni ante el turbio futuro detiene
sus ansias inestimables de hacer
seguir andando las ruedas del mundo
para que nunca cesen las costumbres
que hacen a todo nuestro suelo puro;
no imaginan la pasión con que diste
el delantal inocente primero
con que se guardaba la suciedad
que duraba más allá del recreo
y seguía hasta convertirse en fiesta;
no especulan con el pleno desgaste
del sentir de los que te concibieron
dando ideas nuevas a nuestra América,
sellando una esperanza en todo el cielo
para cualquier extraviado del mundo
que no tuviera donde refugiarse
y decidiera venir hasta acá,
a esta misma soledad, para amarte,
para emprender una nueva existencia
alejados de su primera patria
y cultivar en tierra ajena el sueño
que madre diera en su primera casa;
no comprenden cuánto dolor sintieron
los que al darle forma a tus justas leyes
sabían que estaban por perder todo:
hasta el respeto de su propia gente;
no comprenden, pero en el fondo saben
que el lenguaje también guarda un secreto:
se escuchó decir a pequeñas voces
que el amor les empezó en este suelo.
3
Cuando se fue, que no esperaba,
ya las cosas se hicieron así distintas,
y no tan temprano se habían hecho menos buenas,
más tarde que ayer, pero hoy
sí es la verdad, y yo muero
tanto como se ha ido, por entre
el recuerdo que dejó, la memoria que no es
y la discusión fatídica
entre lo que vive y deja de hacerlo
que deja a uno tan ensimismado
como queriendo salirse
de la conciencia pálida que nos recuerda
la muerte
y la suya
a cada paso, a cada recuerdo.
Nadie quiso ser,
pero fue y así
en su memoria yo estaba, y en mi memoria
ahí en el fondo, o en la superficie,
siempre presente,
distante, cerca; paráfrasis de lo mismo,
de lo diferente que hay en todos lados.
No queda ni belleza ni altruismo
en el mundo hoy; pero
más que reconstruir esos conceptos
en un camino por venir no existe,
e intentos alternativos sé
que van a perecer
porque cuanto intento está atado
a la poesía, al bien del mundo
y a la belleza toda que constituye
glorificar su estadía acá, en nuestro mundo
feliz y desamparado, triste y hermoso,
con la magnificencia de su recuerdo,
para que tal vez el morir amplifique todo
e inunde las calles de esa hermosura sin fin
que puede nacer solo del recuerdo del recuerdo
cuando las cosas caen por la mañana
con el peso de toda la vida.
Ahora toca levantarse sin las excusas
y hacer hoy el poema.
4
Un sueño nuevo
alejado de la vida,
tan inmerso en ella,
trajo consigo a un verdadero pensamiento
que, fugaz, se ha ido
y permanece como incógnita.
Fue visto el mar
con su pretérito azul calentando los ojos,
inmerso en nosotros;
fue visto el verde
sobre las playas y los cerros;
fue visto el color de la piel y los ojos
poblando las casas bajas;
fueron vistos los lejanos
dolores que ya no existían,
para siempre idos;
fue visto el amor
con su esperanza interminable
y una hoja de papel
en la que todos los ojos se posaban
y leían aquel poema
(que intenta ser este),
dando lugar a la alegría
mientras el sol se ponía
detrás del mar y mis manos,
desnudas y abrazadas,
cantaban en su existir un segundo de parsimonia,
junto a la afirmación inevitable
de que existir es hermoso,
y que, allá a lo lejos,
la luna se derretía de alegría
al vernos pensar entusiasmados
que las oficinas se habían convertido en fruta
y los egoísmos en agua dulce.
Ya todo el terreno era paz en esa noche
y no había lugar para menos silencio.
Ya la verdad nos abrazaba.
Ya el sueño nos recordaba
por qué debemos seguir caminando.